domingo, 23 de marzo de 2014

De Viaje por el Río Negro II (continuación)

Uno de los momentos más bonitos del viaje fue cuando dejamos la comunidad indígena do Cartucho para ir en barco hasta São Gabriel da Cachoeira. Existe un barco de línea que une Manaos y São Gabriel, que para en pequeñas ciudades, que sin embargo no para en las pequeñas aldeas al lado del río. Para éstas existe un servicio de recogida al pasajero que funciona así: detrás del barco de línea va amarrada una lancha que va a buscar a los pasajeros de las aldeas, mientras el barco continúa su trayecto. La voadera recoge a los pasajeros y acto seguido corre atrás del barco para atraparlo. La gente, totalmente acostumbrada a esta dinámica, saltan de la lancha al barco, sin que en ningún momento nada se haya detenido. ¡Pura adrenalina!

Barco que conecta Manaus con São Gabriel

Nos despedimos de la comunidad y en la oscuridad de la noche fuimos pasando entre brazos de río. Es sorprendente cómo los tripulantes saben en qué punto del río hay piedras o dónde es más profundo. Desde los ojos de un extranjero, ¡todo parece igual! Sin contar que los tripulantes son capaces de navegar por el río durante la noche, ya que conocen el río a la perfección. Y de repente, en esa noche oscura...¡ahí está! Ese puntito de luz al final del río, como una estrella más del horizonte, nuestro destino final. La lancha corre, acelera, y el viento fresco ecuatorial refresca la noche. Llegamos al barco, saltamos y buscamos un espacio libre para colgar nuestra hamaca y empezar el viaje.

Alrededores de la comunidad indígena do Cartucho

São Gabriel es el municipio al noroeste del estado del Amazonas que hace frontera con Venezuela y Colombia. Pensamos que allí sería un lugar realmente auténtico para conocer, pero rápidamente nos dimos cuenta que no había ninguna infraestructura turística en la pequeña localidad y en pocos días se nos agotaron las opciones de entretenimiento. En el hotel no había el número de ningún guía turístico, así que fui directamente a un embarcadero a preguntar si alguien podía darme un paseo. Fue así como el barquero pensó que tenía que ponerme en contacto con el médico del pueblo, precisamente su hijo saldría al día siguiente a subir una montaña de los alrededores. Conocimos pues a una pareja de jóvenes que como nosotros venían de las grandes ciudades del sureste brasileño y nos apuntamos a su expedición, que salió a las 6 de la mañana del embarcadero. Desde allí fuimos hasta la casa del señor Guiguí, un indio tukano, que a parte de extraer oro, caucho, cazar y pescar, llevaba a algunos turistas por los senderos que había abierto su padre en la selva. 

Sierra do Cabarí

El señor Guiguí vivía al lado del río y nos fue guiando durante dos días dentro de la selva. No dejó de darme cierto respeto la escopeta que llevaba "por si algún jaguar se nos cruzaba por el camino". Con su machado iba abriendo el camino por dentro de la selva. En una ocasión se paró en lo que según él era una "encrucijada de caminos". A mis ojos, todo era pura selva, pero al parecer en ese punto se reunían varios caminos. Durante la ascensión a la montaña do Cabarí, me di cuenta de lo bien que el señor Guiguí conocía la selva y lo adaptado que estaba. Era capaz de reconocer si había caza en los alrededores por las huellas o los restos de excrementos que a mis ojos pasaban desapercibidos; sabía en qué ríos beber, qué frutas comer, cómo construir una tienda de campaña con los palos y hojas que iba encontrando por el camino. En los dos días no sudó ni una gota y comió apenas harina de yuca mezclada con agua. 

Señor Guiguí, índio Tukano

El último trecho hasta la cima fue duro: el calor era cada vez peor, había muchísima humedad, empezó a llover y el camino resbalaba...cuando querías agarrarte a un árbol te mordían las hormigas de fuego, que dolía muchísimo; si no te agarrabas a un árbol resbalabas cuesta abajo...

Finalmente llegamos a la cima, donde pasamos la noche colgados como jamones en nuestras hamacas. El señor Guiguí afirmaba que no había panteras en ese lugar, aunque decía que de joven había cazado muchas de ellas para la venta de su preciada piel. En la noche, en medio de la oscuridad, el señor Guguí nos confesó que su papai había muerto hacía poco tiempo y que le había prometido que siempre cuidaría del sendero que llevaba a la cima de la montaña, que esa era la herencia que le dejaba a su hijo. Por eso, por la mañana, el señor Guiguí se dedicó a cortar los pequeños árboles que crecían en la cima, para que no taparan la vista, que era maravillosa, sobre un océano de árboles verdes.

 
El señor Guiguí escuchando a la selva      Vistas desde la cima de la Sierra do Cabarí

2 comentarios:

Cristian dijo...

Para los que somos amantes del turismo me gusta disfrutar de visitar distintos sitios y por eso cada vez que tengo la posibilidad de comprar vuelos baratos lan trato de hacerlo y de esta manera viajar de forma económica a distintas partes del mundo. En general, dentro del país

Ana María Estragués dijo...

Me gusta mucho leer experiencias así.
Me imagino corriendo tras la barcaza.
Imagino la humedad y como debe ser dormir-si se puede- colgada como un jamón.
El Señor Guiguí debe tener acento cantarín del Amazonas.
En fin, me gusta viajar mentalmente. También de verdad!
Congratulations.