El
domingo llegó desde Barcelona mi amigo Genís y con él, una maleta llena de ropa
que tenía en mi armario de Barcelona. Fue una agradable sorpresa recibir ese
paquete, como si fuera un regalo de navidad. Pero lo mejor fue cuando, curioso,
me dispuse a oler una camiseta que hacía meses que no veía. El olor que tenía
impregnado era el de mi casa y me transportó en cuestión de segundos a miles de
kilómetros en pocas décimas de segundo. Fue como viajar en el espacio, pero
también en el tiempo y en los recuerdos. Cuando uno ve una foto o escucha una
canción, puede recordar esos momentos o lugares; pero cuando uno reconoce un
olor, la sensación de proximidad es mucho mayor, porque lo que hueles existe,
está en el aire, y ¡vive! Aprovecho para recomendaros un libro que habla de la
anosmia, una enfermedad en que las personas carecen de olfato. Con el título de esta entrada, en este
maravilloso relato, la autora, Marta Tafalla, nos cuenta cómo nunca llegó a conocer el buen
olor de las sopas de su madre, o reconocer el peligroso olor del gas, o no
saber si la leche estaba pasada. Pequeñas cosas del día a día que nos parecen
obvias pero que no lo son. Su sueño: llegar a oler algún día los bazares de la
ciudad de Bagdad.
3 comentarios:
molt teva aquesta entrada, fan com ets de les olors! :-) a que huele Rio?
Això, això: sabries dir a què fa olor, Rio?
Doncs depèn del barri on et moguis: pots passar d'olor a cansalada fregida, fum de cotxe, pixums i deixalles a olor de mar i selva tropical.
Publicar un comentario