miércoles, 5 de septiembre de 2012

Interpretación en São Paulo

 
El lunes a las cuatro de la tarde llega nuestro amigo el alemán (ver crónica de São Luís) con un billete de autobús en mano: "Nos vamos a São Paulo para una interpretación de Dow Chemical, el autobús sale a las once. Yo estaré en la estación una hora antes". Y con esto se va a su casa. No vamos en avión porque los billetes son demasiado caros, alrededor de unos 400 euros. Las compañías aéreas se forran: es uno de los tramos de avión más caros del mundo, teniendo en cuenta que la distancia entre ambas urbes es como la de Barcelona a Madrid. Pero claro, ni hay cercanías, ni ave, ni la posibilidad de coger tu coche y no tragarte 2 horas de cola para salir de la ciudad. 

Bueno, me voy a casa, plancho una camisa, me ducho, pongo una americana en la maleta y en taxi hasta la estación. El trayecto dura seis horas, en un autobús con unos asientos/cama muy cómodos. Llegamos a las cinco de la mañana y Paul, con su mapa con la ruta ya imprimida y con su teléfono GPS en mano, me lleva por los laberintos del metro de São Paulo. La temperatura es mucho más baja, alrededor de los 15 grados, lo que me recuerda que de hecho, en el hemisferio sur, es invierno, a juzgar por las temperaturas de 25 grados de Río. 

El metro de São Paulo ya está lleno a las cinco de la mañana y presagia lo que va a ser un día de empujones y apretujones en el metro de esta ciudad de 20 millones de habitantes. Llegamos cerca de la sede en Brasil de Dow Chemical y nos esperamos 4 horas en una panadería que queda al lado. Yo me pido un café con leche, un zumo de naranja, un bocadillo de mortadela y queso y un pão de queijo. Paul se pide un cortado. Después de dos horas se pide otro cortado, cuando yo ya me he bebido otro café y dos infusiones de menta para luchar contra el frío. (¡Quién diría que pasé dos inviernos en Berlín!)

Hablar con Paul es interesante. Según él, hay gente que después del trabajo se relaja y ve la tele, otros que van al cine y otros como él, que trabajan aún más. Y me empieza a contar todo el software que utiliza para organizar sus empresas virtuales, insiste en tener una base de dados de clientes bien organizada, y me cuenta secretos de cómo parecer un gran empresario con pocos gastos, como por ejemplo, alquilar una oficina por horas en el centro de una gran capital, donde te viene incluido en el pack un despacho, una sala de reuniones, una secretaria y hasta una máquina de café. Es sólo llevar un par de fotos en la maleta antes de la reunión con tu cliente y colgar el título en la pared. Ya sintiéndome el ser humano más vago de la tierra por ir a jugar a vóley después de trabajar nueve horas, me apunto el nombre de todas esas artimañas para ser un gran empresario.

Llegamos al edificio de Dow Chemical y todos son altos ejecutivos con corbata. Llega una chica de mi empresa de la oficina de São Paulo y empiezo a ver las diferencias culturales entre las dos ciudades. En Río cuesta ver a gente con traje. En São Paulo todos van impecables, con una seriedad que impresiona. Nada de darse dos besos como en Río: aquí una sonrisa forzada y un apretón de manos basta. Cómo dicen los brasileños en Río lo primero que te preguntan es dónde vives; en São Paulo, dónde trabajas.

Es ya el tercer congreso al que voy sin que me den ni una pista sobre el tema de la interpretación. Me siento en la cabina con los auriculares y un americano con un discurso rápido y sin pausa empieza a detallar las ventajas de adicionar una tela de poliéster dentro del cimiento para reforzar el material ante los agentes meteorológicos como la lluvia o el hielo. Cuando terminamos apenas podemos articular una palabra después del cansancio mental de la interpretación. La única pausa que Paul me permite es ir a pasear al centro comercial de delante, cambiarme los zapatos en el baño y de nuevo coger el metro hasta la estación de autobuses. 

A las dos de la tarde hay tanta gente en el metro que Paul y yo nos perdemos. A pesar de no recordar muy bien el camino, una mujer me ayuda a orientarme y consigo bajar en la estación adecuada. Para entonces, Paul ya me había llamado cuatro veces al móvil. Gente, gente y más gente. En el transbordo cogemos un tren que va por fuera y pasamos por el famoso puente de São Paulo, al lado de uno de los ríos más contaminados del mundo. El hedor es tan penetrante que parece una cloaca llena de huevos podridos. Me pregunto cómo los humanos hemos llegado a esos extremos de tener que vivir en lugares así...

Me siento mareado, tengo hambre, sueño y estoy cansado. El autobús de vuelta a Río sale a las tres de la tarde y tengo media hora para comer una ensalada. Paul se come un pan con queso. Y llegamos a las nueve de la noche a Río, después de ver en el sentido opuesto de la carretera, una cola infinita de coches saliendo de Río, una cola que se alarga por kilómetros y kilómetros. Un infierno de coches, humo y contaminación.

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