martes, 29 de mayo de 2012

Crónicas de Mordor


Me siento con la necesidad de escribir esto, describir el lugar donde vivo, al que irónicamente llamamos "Mordor". Me desalienta llegar a casa y ver tanta miseria: observar entre las persianas polvorientas a los mendigos que llegan a medianoche para rebuscar entre la basura, mientras policías armados con metralletas cargadas toman una cervecita en el bar de la esquina. Mendigos que tienen el mismo color que estas calles, un color de hollín que se te mete por todo el cuerpo. No vamos a ser dramáticos: estoy aquí por unos meses, soñando con vivir en la zona alta de Río, allí donde el pago del alquiler de un cuchitril supone más de la mitad del salario. Pero es que al menos nosotros podremos salir de aquí. Y en el fondo yo soy un tipo con suerte, pues puedo volver del trabajo a casa a pie y no perder dos horas atascado en el tráfico, realidad fehaciente para cualquier otra persona que vive en Río.

Ese agradable paseo del trabajo a casa supone adentrarse en una marabunta de personas que no dudan en empujarte si no avanzas con rapidez, saltar entre coches que sueltan un humo que ennegrece el aire o deleitarse con el olor a corteza de cerdo frita con palomitas que perfuma una calle llena de gritos. Entonces te adentras en Mordor y empiezas a ver a gente comiendo de inmensas bolsas de basura repletas de carne que gotean de sangre.

Aquí no hay lavanderías, no porque no viva nadie, sino porque la gente no debe poder pagársela. Cuando pregunté por la lavandería más cercana me llevaron a casa de la vecina desdentada que me lavaba la ropa ella misma en la pila de su casa. Por eso tengo que ir con dos bolsas llenas de ropa sucia por los metros de Río hasta llegar a la zona alta y lavar mi ropa. Olvidé hacerlo el fin de semana, salgo corriendo del trabajo con la colada, meto la ropa en la máquina y..."cerramos en una hora, tendrás que llevarte la ropa mojada". ¡Ropa mojada a Mordor! ¡Nooo! Y nada, me veis colgando la ropa por las paredes, encima de las sillas...con el miedo de que se llene toda de ese hollín que está continuamente suspendido en el aire y que se acumula en el suelo y chirría en contacto con la suela de los zapatos. Y por mucho que limpies o friegues vuelve, porque si miras la calle de lejos, sólo ves una nube de polvo.

Pero al menos aquí no es como en la calle de atrás, donde empieza la favela. Al menos aquí las únicas visitas que recibimos son las de cucarachas inofensivas que nos hacen compañía, y no ratas. (de momento) El otro día descubrimos que teníamos una mascota en casa sin saberlo. La cucaracha ya estaba gordita de vivir en el armario y toda la parte inferior estaba llena de sus necesidades de días y días, que tenían el mismo tamaño que las que hacía mi hámster. Nada, una agradable sorpresa nocturna con lección extra de zoología. Como la sorpresa del camión de basura que recoge los desechos que la gente tira a la calle, porque... ¡sí, lo habéis adivinado! ¡La calle ES el contenedor! Ahora mismo lo tengo aquí al lado, haciendo un ruido terrible con las palas que recogen bolsas y bolsas de plástico que se han ido acumulado a lo largo del día enfrente del portal de casa. 

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