martes, 3 de abril de 2012

¿A quién preguntas?

Una de las cosas que he aprendido en Rio es que no se le puede pedir información a cualquiera. Los brasileños son probablemente el pueblo más amable y con más voluntad de ayudarte de todos los países en los que he vivido. Por ese motivo, aunque no sepan lo que les preguntas, siempre van a intentar ayudarte, aunque de forma equivocada. Al principio hacía acto de buena fe, hasta que veía que me habían informado mal y ya estaba bien lejos en dirección opuesta a mi objetivo. Saber a quién preguntar y aprender si esa persona te habla con conciencia de causa han sido cosas que he tenido que aprender. En Alemania no se cortaban ni un pelo en admitir su desconocimiento y los que te respondían muy pocas veces se equivocaban. En Turquía, si no sabían la respuesta, te indicaban a otro para que le preguntases o te llevaban ellos mismos directamente del brazo. Aquí en Brasil, cada uno te dice una cosa y todos ellos parece que tengan razón. 

He aprendido rápido que hay que preguntar varias veces, pero eso incomoda a algunos, porque piensan que no les crees. Es lo que me pasó en un autobús en Rio: dos brasileños eufóricos me decían que cogiera un autobús, pero cuando se lo pregunté al cobrador me dijo que no pasaba por donde yo quería. Entonces empezó una discusión acalorada entre los dos hombres y el cobrador, puesto que habían quedado en evidencia y no parecía que lo llevaran muy bien. Al final tuve que bajarme del autobús, o habría terminado Dios sabe dónde.

Lo mismo en el aeropuerto. Cada uno me decía que fuera a un lugar distinto para conseguir un trámite. Perdí literalmente 4 horas porque un guardia de seguridad me indicó mal y no me dejó pasar por una puerta donde se encontraba el sujeto que iba a darme el papel que necesitaba. Tuve que ir de la mano de un militar para que el supuesto guardia me dejara pasar. De dentro salió un señor y solucionó mi problema en un minuto. Me indigné y le dije al guardia que por su culpa había perdido 4 horas. Su superior hizo una muestra de desprecio y dijo: "en estos no hay que confiar, no saben nada". Sin embargo, ese guardia era el que estaba en la entrada de un lugar importantísimo y la única persona a la que el público se podía dirigir. "Bien", pensé. "Tendré que saber en qué personas de «supuesta» autoridad confiar y en quién no".

Otro día, buscando una escuela de vóley playa, me acerqué a un vendedor de cocos pensando "¡quién mejor que él!". El hombre me dijo que en su vida había visto una escuela de vóley y que me fuera a otra playa, la cual quedaba muy lejos. Después de irme frustrado y caminar 100 metros, encontré la escuela de vóley. Pensar que ese hombre ha vendido toda su vida cocos y que nunca vio los balones de vóley que caracterizan el perfil de la playa 100 metros más allá, la verdad, ¡me impresionó!

No hay comentarios: