viernes, 6 de abril de 2012

Cidade Maravilhosa

Calles sin contenedores para la basura, que se acumula por todos los rincones hasta formar montañas de mierda donde después los mendigos irán a recoger algo que puedan mordisquear, aprovechar o reciclar por unos pocos centavos. Escombros que desprenden un olor nauseabundo después de permanecer todo el día bajo el sol a 35 grados. Algún perro se acercará, también. Y a pocos metros los niños juegan al balón, con unas hawaianas que han perdido todo su color y se confunden con el polvo negruzco que se cuela entre las ventanas. Polvo que levantan los autobuses cuando pasan, haciendo resonar todo su esqueleto de hojalata, y que se mezcla con el humo gris que desprenden los tubos de escape. Ese polvo se cuela por las ventanas, las puertas; se pega en la ropa, se incrusta en tu cara. Y pasas a formar parte de él cuando lo respiras. 

Llegará la noche y con ello la lluvia incesante, que traerá algo de limpieza a esas calles olvidadas de Rio. O tal vez no. Porque la basura empieza a flotar, atasca las alcantarillas y el nivel del agua sube y sube hasta que uno ya no sabe qué es calle y qué es cloaca. Pero esta noche no ha habido lluvia. En su lugar vienen los parias, los que todos ignoran. Esos mendigos que se confunden con el polvo negruzco de las calles. Y se mean encima de la basura donde antes alguien buscaba algo que comer. Mientras, otro desventurado intenta abrir sin éxito los portales caminando en zigzag. Se cae, se ríe, y se levanta otra vez. A la mañana siguiente, con el sol del trópico, el meado cuece un hedor insoportable y algunos mosquitos aprovechan para poner sus huevos en charcos de agua putrefacta; agua negra, de ese polvo ruin e infesto.

Salgo de ahí, cojo el metro. Me aglutino entre la masa trabajadora que pacientemente se atrinchera durante horas para ir a ganar un salario mínimo 630 R$ (265 euros al mes), que no llega ni para pagar el alquiler de una habitación compartida. Pasa una estación, luego otra, y luego otras más. Final de línea. Cojo un autobús que se dirige a la zona rica. Mujeres vestidas con tacón, hombres con corbata. Y entonces alucino. Música clásica por los altavoces. Paso por la playa de Ipanema: hombres y mujeres de revista, modelos exhibiendo sus cuerpos atléticos. Jóvenes haciendo surf, chicas tomando un café por el precio de una comida en la zona del polvo ruin. Árboles, calles anchas, turistas. Parece que el sol brilla con más fuerza aquí. Abandono la sonata para piano y llego al centro comercial más caro de Brasil. Bolsos que superan los cuatro mil euros, ropa, relojes, joyas...y todo a pocos metros de una de las favelas más grandes de Brasil. En la puerta alguien que viene del polvo ruin, con la pierna cortada y un muñón negruzco de no lavarse, con manchas blancas que muestran un estado de infección avanzado. En el suelo, al lado de los tacones de esa mujer que se ha gastado en pocos minutos lo que él nunca en su vida ganará. Pero parece que nadie lo ve.

Dicen que es la Ciudad Maravillosa. Será que no la he visto del todo bien. O quizás, demasiado bien.

4 comentarios:

Ni ateniense ni griego... dijo...

Bienvenido al planeta tierra y como vivimos más del 80% de la población :-))). Has descrito perfectamente lo que siento cada vez que voy a Rio ¿Me permites compartir lo que has escrito con algún colega de la Getulio Vargas que está empeñado en que le tengo manía a esa ciudad?

arantza dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
arantza dijo...

I en diferent mesura aquest contrast el trobem a totes les ciutats. Alguna cosa no debem estar fent bé.

Toni dijo...

claro, ¡puedes compartirlo!