Me siento con la necesidad de escribir esto, describir el lugar donde vivo,
al que irónicamente llamamos "Mordor". Me desalienta llegar a casa y
ver tanta miseria: observar entre las persianas polvorientas a los mendigos que
llegan a medianoche para rebuscar entre la basura, mientras policías armados
con metralletas cargadas toman una cervecita en el bar de la esquina. Mendigos
que tienen el mismo color que estas calles, un color de hollín que se te mete
por todo el cuerpo. No vamos a ser dramáticos: estoy aquí por unos meses,
soñando con vivir en la zona alta de Río, allí donde el pago del alquiler de un
cuchitril supone más de la mitad del salario. Pero es que al menos nosotros
podremos salir de aquí. Y en el fondo yo soy un tipo con suerte, pues puedo volver
del trabajo a casa a pie y no perder dos horas atascado en el tráfico, realidad
fehaciente para cualquier otra persona que vive en Río.
Ese agradable paseo del trabajo a casa supone adentrarse en una marabunta de
personas que no dudan en empujarte si no avanzas con rapidez, saltar entre
coches que sueltan un humo que ennegrece el aire o deleitarse con el olor a
corteza de cerdo frita con palomitas que perfuma una calle llena de gritos.
Entonces te adentras en Mordor y empiezas a ver a gente comiendo de inmensas
bolsas de basura repletas de carne que gotean de sangre.
Aquí no hay lavanderías, no porque no viva nadie, sino porque la gente no
debe poder pagársela. Cuando pregunté por la lavandería más cercana me llevaron
a casa de la vecina desdentada que me lavaba la ropa ella misma en la pila de
su casa. Por eso tengo que ir con dos bolsas llenas de ropa sucia por los
metros de Río hasta llegar a la zona alta y lavar mi ropa. Olvidé hacerlo el
fin de semana, salgo corriendo del trabajo con la colada, meto la ropa en la
máquina y..."cerramos en una hora, tendrás que llevarte la ropa
mojada". ¡Ropa mojada a Mordor! ¡Nooo! Y nada, me veis colgando la ropa
por las paredes, encima de las sillas...con el miedo de que se llene toda de
ese hollín que está continuamente suspendido en el aire y que se acumula en el
suelo y chirría en contacto con la suela de los zapatos. Y por mucho que
limpies o friegues vuelve, porque si miras la calle de lejos, sólo ves una nube
de polvo.
Pero al menos aquí no es como en la calle de atrás, donde empieza la favela.
Al menos aquí las únicas visitas que recibimos son las de cucarachas
inofensivas que nos hacen compañía, y no ratas. (de momento) El otro día
descubrimos que teníamos una mascota en casa sin saberlo. La cucaracha ya
estaba gordita de vivir en el armario y toda la parte inferior estaba llena de
sus necesidades de días y días, que tenían el mismo tamaño que las que hacía mi
hámster. Nada, una agradable sorpresa nocturna con lección extra de zoología.
Como la sorpresa del camión de basura que recoge los desechos que la gente tira
a la calle, porque... ¡sí, lo habéis adivinado! ¡La calle ES el contenedor!
Ahora mismo lo tengo aquí al lado, haciendo un ruido terrible con las palas que
recogen bolsas y bolsas de plástico que se han ido acumulado a lo largo del día
enfrente del portal de casa.
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